miércoles, 2 de febrero de 2011

XXII.

Me aburre saber que mientras fumo un torrente de palabras inundará la mollera mía, que correré a escribirlas, para mitigar la angustia de asumirme olvido y cadáver en las próximas generaciones. Me aburren las cosas que son como no fueron, los momentos libretados a pesar de las pequeñas novedades. En una sociedad organizada para eternizar las represiones, la felicidad es uno de los tantos pactos forzados, como vender tiempo de vida a cambio de un sueldo. Me aburre descubrir esos gestos de aburrimiento cuando te hablo de mi protesta y, para qué negarlo, a esta altura empieza a aburrirme la desesperanza generada por predicciones que se cumplen con puntualidad cristiana. Me aburre la experiencia cuando ahorra interrupciones; me aburre que hoy sea el eco de ayer, de mañana, de todos los días venideros, y así hasta el hartazgo o hasta que se tornen inútiles estos hábitos mentales y ganemos unos nuevos-reciclados. Entonces todo cambia para que nada cambie porque el mundo retoma su marcha, entre ideas clasificadas y tensiones aparentes.
Me aburre lo que escribo, siempre son las mismas ideas torpes las que me acercan al bostezo y a la nausea ontológica.