miércoles, 28 de diciembre de 2011

No importa
la ropa
húmeda
si 
llueve
y no hay
secretos.
Está bien
pienso.
Que caiga
de una vez
y para 
siempre
lo poco
que queda.

jueves, 22 de diciembre de 2011

XXXIII.


Bajo el ombú de la plaza San Martín nace un túnel de amplias dimensiones. Se necesitan veinticuatro horas de caminata para llegar a la ciudad Villa de Mayo, réplica subterránea de Luis Guillón. A primera vista, la distribución de los edificios y la dinámica de sus instituciones se muestran fieles: cada domingo la parroquia recibe la ofrenda de los católicos; el árbitro del club vecinal sanciona las jugadas adelantadas; la estación cobra boleto, pago exacto por favor; los pequeños negocios lloran el olvido voluntario de los que sacan fiado. Una sola diferencia existe: los habitantes viven sin vestimenta alguna.
Quien transita el subsuelo cree haber encontrado al ser humano en sí mismo, despojado de mediaciones, lejos de todo perfeccionamiento y reglamentación. Sin embargo, los de abajo tampoco son felices. En Villa de Mayo el cuerpo desnudo no se cuestiona ni se discute si no hay conciencia de lo que significa la vestimenta. Las emociones del alma apenas se exhiben pues continúan cautivas en el disfraz de la propia piel.