jueves, 27 de enero de 2011

XXI.

Sueño a veces con un barrio libre de nombre y habitantes.
La vista panorámica de un terreno mendigo se conecta con el primerísimo plano de una sabandija suicida.
Acorraladas por caminos fúnebres, cuatro esquinas resplandecen gracias a la luz de un espejismo: santos correntinos combinan en vasijas de plastina alguno de sus mejores detalles, hasta moldear la figura de un hombre bueno.
El hombre sonríe y un estruendo de tambores despeina mis trenzas paisanas; el show cosmopolita se vuelve malambo; las sábanas sustituyen su trama de hilo por caudales de agua clara.
El milagro de los santos excede apenas la vida de un relámpago, porque entre lamentos y zapateos, aureolas de ceniza borran definitivamente al hombre desnudo.
Entonces el reloj ladra y una nueva jornada se estrena.

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