jueves, 19 de agosto de 2010

VIII.

Si una mirada se extiende tres segundos del tiempo reglamentario, se transforma en manifiesto. En esos instantes de voluntades imantadas, uno siente el cortocircuito de la dinamo interior al caer por una pendiente de revelaciones sagradas. Es una hazaña que destruye los contextos y los ayeres personales, la piel queda cautiva en una corriente de electrones capaz de derretir antifaces y gestos delivery. El universo desarticulado se vuelve fiesta, o combate de destellos fluorescentes, que para el caso es lo mismo.

Confieso, entonces, que una pizca de temor asoma por las hendiduras corporales: ¿qué pasa si en el choque de miradas surgen como Ave Fénix pedazos de sensaciones rejuvenecidas? ¿Qué pasa si descubro que los ojos son rancios y anónimos, producto de vínculos cenicientos y empantanados?

Por las dudas, decidí empezar a mirarte la oreja izquierda.

1 comentario:

  1. Debo decir que es, hasta ahora, el texto aquí publicado que más me gusta, y eso porque tiene una simpleza en sus palabras que me permiten adentrarme en la historia que se cuenta y no perderme en términos que, siendo un bruto ignorante, no entiendo. Hasta la próxima.

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